Por casi un año recobré después de mucho tiempo la costumbre de escribir casi sagradamente todos los días, lápiz y papel. Hasta que lo abandoné, como muchas cosas que he abandonado cuando creo que estoy bien, cuando no las necesito, cuando creo haber superado una etapa, un desafío. Pero todo vuelve, el desapego es una meta que se corre unos metros cada vez que te acercas demasiado.
Sin embargo, el último año no tuve tal costumbre, con lo mucho que tenía para dejar en registro. Para nadie en particular, para mi, para recordar las estructuras levantadas donde estuve, y los planos en blanco del futuro. Fue un año difícil en tantos aspectos que no sé si todo tiene una causa en común. Podría ser básico y facilista y pretender que si, con nombre y apellido, pero no sería justo, no lo es. Todo lo que he sido, me ha pasado, lo que tengo, lo que soy, son consecuencias de mis actos (o la ausencia de ellos). Lo positivo, que es bastante, lo negativo, no menor.
Después de años intentando encontrar el sendero de lo que quiero hacer (ser), por fin me siento a gusto, al menos en el espectro profesional. He encontrado un lugar donde desarrollarme, donde expandirme. Siento, como reparo, que es sólo la mitad. Mis avances académicos, de profesión, de labor, son sólo una parte. Me estoy postergando emocionalmente y es aterradora la sensación de que hay tanto por entregar y aun no encontrar en quien, y al tratar de no desperdiciar mis sentimientos, los vierto sobre mi. Un enchufe insertado en su mismo cable. Una falsa idea de energía ilimitada. Por un tiempo tuve la oportunidad de seguir adelante tanto en lo laboral como en lo afectivo, pero en esto último no estaba preparado, y no es justo para alguien más estar con una persona que no puede entregar el 100% de si, si no lo hace consigo mismo.
El caso hoy es distinto. He pagado el precio con mi salud, he pagado el precio con mi angustia, he pagado el precio con una calidad de vida apoyada en píldoras, y más importante, mis cercanos. Todo éste estancamiento, la negación, el evitar consecuencias, el evitar conversaciones incómodas pero absolutamente necesarias, por suficiente tiempo las dejé a un costado, hasta que he aprendido a vivir con ello, por obligación, por aceptación, de lo contrario todo se viene cuesta abajo. Ya no observo un puñado de pastillas como un añadido negativo, como alguna vez lo hice. Una ayuda necesaria, un salvavidas al alcance de mi mano. Ahora converso sin tapujos de lo que duele y lo que alegra. No hay motivos para esconder lo que se siente. La honestidad conlleva a la libertad.
Volviendo al punto, hay un equipaje propio y con sobrepeso que me tiene estancado, ridículamente por el miedo a entregarme. Una contradicción absurda. En un momento en que tengo todas las ganas de encontrar un alma que acepte lo que puedo llegar a ser para ella, para nosotros. Sin ser un agote de energía, sino todo lo contrario. Un complemento, un pilar que apoya y se apoya.
El coste que pagué por dejar todo esto ignorado en el último cajón de una pieza oscura hasta ahora me seguirá por el resto de mi vida, como un recordatorio de “nunca más”, como un empuje hoy positivo. Como un freno de mano involuntario, de emergencia, una alarma que he postergado todas las mañanas, todas las noches. No más. Es hora de salir al mundo. Y, por la cresta Francisco, normaliza las expectativas.
La ansiedad que genera la inmediatez de tener un mundo en el bolsillo, literalmente en tus dedos, en una pantalla tan llena de colores inertes me introduce por completo en una centrífuga de objetivos, todos alcanzables, todos inalcanzables. Girando a miles de revoluciones por segundo y con sólamente dos manos para poder sujetar al menos uno. Hoy en día esa ansiedad la puedo manejar, puedo pausar o detener la centrífuga. Todo se inmoviliza cuando observas entrar por la puerta a una persona que, sin saber absolutamente nada de ella, te baja a tierra, pero con el alma aun en el quinto cielo. ¿Qué son éstas ganas de interactuar, de saber del otro, de reír, de hacer reír?
¿Qué tan cauteloso tengo que ser? Tengo un miedo terrible a defraudar, a los demás, a mi mismo, pero en el fondo tengo unas ganas increíblemente más grandes y fuertes de amar, y me aferraré inseparablemente de esta nueva fuerza, y estaré listo cuando llegue el momento, no antes, no después.
Alentador, y deja esperanzas para el que tiene miedo de dar ese paso liberador por las posibles consecuencias.
Gracias
Facundo